A veces te leo. Y observo tus estructuras. Examino los
cimientos, doy un par de vueltas alrededor de tu poesía y dictamino la firmeza
de tus muros.
Jodido poeta, que te follen.
No soporto tu falsa modestia. Ni ese tono dulzón que oprimes
en algunos textos, que parece que no tenías ni idea de qué poner y los robaste
de una versión infantil de Romeo y Julieta. Odio los ideales que vendes. Odio
cómo te haces el víctima. Odio cómo victimizas a los demás.
Odio que todo sea para ti tan tremendo, como si el hecho de
que te caiga una gota significara que está lloviendo.
Odio cuando me doy cuenta de que ese texto, no lo has
escrito para ti, sino para un público fácil. Cuando sólo has dicho lo que
quieren oír, aunque sea mentira, buscando la lagrimilla emocionada de aquellos
incapaces de distinguir entre la poesía y la mentira.
Odio que seas tan falso. Pero odiaría más que estuvieras
siendo sincero, porque eso significaría que eres tan idiota, que es un puto
milagro que sigas respirando sin ayuda. Odio tus textos porque son sucios; como
un cuadro dejado a medias. Odio que mientas. Odio que intentes hacernos creer
que todo puede ser perfecto, que la poesía es algo hilado con madeja de oro,
presuntuoso y exuberante.
Odio que hables de amor, porque es obvio que no lo
entiendes.
Odio cagar caramelo cada vez que te leo. Por eso voy a dejar
de hacerlo.
Muchas gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario