martes, 26 de febrero de 2019

azul como el mar

Beber con Disney. Crecer huyendo del lobo de tu cuarto por el palacio con suelos de mármol binario, uno negro uno blanco, uno entero uno en llanto. Correr por ese ajedrezado suelo que brilla, la brisa entra por las ventanas y mueve las cortinas amarillas. Tú sigues corriendo mientras las cenicientas bailan. Qué encantador desencanto. Dulces sueños de jazz y espinas. La clavera que sonríe con una rosa entre las falanges, eso es el arte. Muertos que son portadores de la luz. La luz es una mentira. Los colores no son sino aquello que los objetos no quisieron absorber. El rojo de tus labios es la luz que tu piel quiso repudiar. Sabiendo esto se me hace raro mirar el azul de tus ojos. Suenas a tormenta. Me atormentas. Y dejas mi carta incompleta. Si tuviera que elegir un lugar serías tú. Si tuviera que elegir a quién he amado más, hablaría de una playa, un atardecer y mis zapatillas de niño. No conozco más amor que el que me dio el mar. No reconozco más dueña que la veleidosa brisa que corre por las olas. Ese olor. He olvidado cómo era. Pero flotaba por todas partes de aquel pueblo. ¿Era el jazmín que caía por los muros de las casas? Eran muros de yeso blanco, yeso pobre. La arena era tan fina que no la sentías dentro de los zapatos, ni la veías volar cuando soplaba el viento. Sabías que estaba porque tus ojos comenzaban a derramar cálidas lágrimas de verano. Y con una sonrisa las notaba caer por mi cara de niño, refrescándome. De día el sol golpeaba las calles, y la gente sólo se movía de sombra en sombra, oculta bajo sombreros de paja amarillos. Escondidos en las celosías de los balcones, radiotransmisores sonaban con odas flamencas. Los cigarrillos humeaban mientras torsos desnudos colgaban la ropa en sus casas, en sus terrazas. La calle vivía en coito continuo con el sol. Calles de pueblo, terrazas de hogares. Pueblo vivo, que suda el mediodía del sur. Y en medio de ese infierno de aceras blancas mis ojos abiertos me dejaban soñar siempre. Despierto en una somnolencia inocente de niño. En el fondo es todo lo que siempre beatificamos. La inocencia del niño, la posibilidad de pasar toda una vida soñando. Más tarde me fueron arrebatadas esas tardes de sol incandescente y polvo seco que sabía a mar. Aun lo veo en sueños, aun lo veo en tus ojos. Tus ojos que antes fueron míos, ya no me miran. Durante los breves instantes en que los sostuve pude saborear en tus labios las flores de secano cultivadas en tierra árida, tierra fértil, tierra de costa. En ella crecen las plantas mas verdes. Igual no es por el suelo, igual ese color se lo da el sol. Los rayos que queman todos los demás tonos que no se ajustan a dicho espectro de luz. Siempre he oído hablar del paraíso como una exuberante selva. Qué ignorancia. El paraíso no es verde, el paraíso es azul. Azul como el mar, azul como el cielo sobre el que crecían aquellas palmeras secas, azul como el bañador de un niño que juega en la arena y corre tras un viento que es por defecto, azul. Azul como tus putos ojos

jueves, 8 de noviembre de 2018

De amores


Pues podría ser que ese fuera el único motivo que me arrastraba en dirección al epicentro de una ciclogénesis explosiva de pelo suave. Tal vez todo se reducía a eso, a esa sensación tan intensa que florecía en mis entrañas cuando respiraba su perfume. Siempre me han dicho; aunque me resulte un tópico, que me gustan las que no me convienen, que parezco abocado a amar el dolor. Love hurts, o eso se dice; ¿no? Te sorprenderé con una mejor: Find what you love, and let it destroy you. Quizá siempre me he tomado a Bukowski demasiado al pie de la letra. Pero no se me ocurre un mejor motivo por el que perder la cabeza y las pulsaciones que por algo a lo que has elegido entregarte. Love hurts; but baby, bring on the pain. Esa la dijo Neil Hilbhorn, un poeta con un par de trastornos bipolares y depresiones crónicas, un tipo con el iris inyectado en sangre. Tal vez el problema sea que entendemos el amor de formas distintas. La palabra amor tiene 14 significados en la lengua española. Imagínate lo complicado que es que dos personas compartan la misma interpretación. Para mí el amor tiene que hacerme sangrar, desquiciarme completamente y arrastrarme a los rincones más oscuros. Mi amor viste de negro, mi amor se desviste con las luces encendidas. Porque no tiene miedo a dejarse ver. Mi amor guarda puñales en la boca para cortarme con cada beso, y así las cicatrices en mi piel son como los anillos de un árbol que cuentan los días atrapado bajo su tiranía. Su lengua es una cereza empapada en ron que gotea por su barbilla y va a caer en mi boca. Sus andares, ¡Oh, terrible el escultor de sus caderas! Sus piernas son dos revólveres que disparan contra el asfalto a cada paso. El ruido que hace al sonreír me recuerda al que hace mi piel al cortarse, como si sus labios fueran una permanente herida abierta en mitad de su cara, un intento de suicidio que salió mal y por eso aquí sigue, atormentando a los demasiado cobardes para intentar besarla. A lo mejor es por eso que no le encuentro el pulso cuando agarro su cuello con mis manos. A lo mejor por eso es tan fría por dentro, tanto que cuando duermo con ella despierto con los labios morados y muerto por hipotermia. Tal vez por eso nunca me dijo te quiero. Y supongo que justamente por eso nunca se lo dije yo. Los muertos no pueden amar. El amor es lo único intrínseco a los seres vivos. Yo creo que sólo existimos si amamos. Y que sólo podemos existir si somos amados. Amar es como respirar, y al igual que a veces duele cuando respiras, a veces duele cuando amas. Y eso éramos. El dolor del amor, la espina dorsal de un delfín de agua dulce. Yo era su alarma de los lunes por la mañana. Ella me robaba el sueño los fines de semana. Yo el cigarro, ella el mechero. Ella era mi última cena. Pero vendimos mi alma y con esas monedas de plata pagamos los cubatas de después.

lunes, 23 de julio de 2018

Agujeros


Todos nacemos con un agujero en nuestro interior, un vacío que inútulmente tratamos de llenar con cosas como los amigos, el alcohol, tabaco, el amor... Lanzamos esos sentimientos con la esperanza de taponar ese fregadero que nos arrastra, y en cuando todo eso se hace inútil tiramos lo ultimo que nos queda; nosotros mismos. Asi es como morimos, tratando de llenar un vacio.

sábado, 16 de junio de 2018


-Que se vaya la luz.

Y  la luz se fue. Puede que siempre hubiera querido irse. Le di un beso antes de que se fuera. Uno pequeñito, un beso de estrella atrapado en las paredes de una botella de vino donde vive un genio borracho. Un pequeño duende de orejas afiladas que siempre le echa la culpa al alcohol, al delirium tremens que su propia existencia le obliga a soportar.

-Que se cierren las ventanas.

Y todas y cada una de las hojas de papel que volaban por el cuarto cayeron muertas al suelo al dejar de correr la brisa, como un otoño de apuntes mojados con la lluvia azul del boli, una primavera escondida en bibliotecas y libros. Dejaron de agitar sus páginas los ordenadores e hibernaron al comienzo del verano, como osos desubicados.

-Que callen todos.

Y una a una las bocas se fueron cosiendo con hilos de seda roja. Los dientes se abrazaron en camas de marfil, con los colmillos enfundados en cálido cuero. Las lenguas notaban el crujir aterciopelado del paladar y se veían envueltas en bailes salvajes con la saliva. El único sabor que fue invitado al baile fue el que llevamos escrito dentro cada uno de nosotros y que a veces encaja con el que ofrecemos hacia afuera, cuando las sonrisas son reflejo del alma.

-Que empiece la música.

Y la mesa inició un lento compás aletargado, denso y pesado como los objetos que soportaba, tambores de madera. La alfombra dejó deslizar las notas como acordes de pelos sintéticos y agudos calcetines, la cama susurró el coro de las sábanas contra el bajo de la almohada.

-Y ahora, hazme el amor.

Y comenzamos a rodar en el infinito.

jueves, 7 de junio de 2018

Riesgos


Mis instintos no suelen fallar. Mezcla de tripas y de conocimiento empírico, soy capaz de leer en las caras el dolor que me van a provocar. La tuya me hace gritar. Jodido, ¿verdad? Y sin embargo no puedo apartar mis ojos de ella. Al igual que mis instintos me avisan también me hacen ignorar el peligro. Será que me provocas tendencias suicidas cuando me miras. Supongo que siempre me ha gustado el riesgo, lamer el filo de la navaja y comprobar en el espejo si he partido mi lengua en dos. Algo así es besarte. A veces lo hago con los ojos abiertos, intentando atrapar cada finito instante de tu piel contra mi piel en una jaula de recuerdos. A veces te observo y me pregunto cuánto vas a aguantar. Cuánto de ti me queda hasta que tenga que volver a borrar otro rastro de huellas pisada en mi vida. ‘’Es perfecta’’, pienso. Tú te giras y descubres mis ojos, y sonríes. ‘’ ¿Qué?’’ me llamas. ‘’Nada’’ cuando realmente quiero decir ‘’todo’’. Que te beso como si cada vez fueras mi última cena. Pero ya lo he dicho antes. Es ese riesgo el que me empuja, el que me late cuando estás conmigo. Será que me gusta que me hagan daño. Será que hay gente que ha sido hecha para encontrarse y despedazarse. Tus esquinas encajan con mis aberturas y cuanto más te acerco más te clavas, y la sangre manando. Será que yo no puedo amar de otra manera. Pero es sentir tu respiración y me dan ganas de aprender tu idioma para así entiendas mi querer. Y me dicen que no te idealice. Cómo coño no voy a hacerlo si me recuerdas tanto a las partes que me gustan de mí. Que se jodan. Cavaré mi propia tumba en tu vientre y dejare que me dispares en la frente desde tu pedestal de mármol. Lo único esta vez que sea a matar. Me recuerdas al motivo que me hizo empezar a dibujar. Más de lo mismo. Lo de siempre. Sigo sin cambiar. Sólo puedo esperar que tú seas diferente. Pero eso ya lo pensé antes. Nunca cometo el mismo error dos veces; pero, oh dios hay tantos errores para cometer. Cometerte es un vicio que me mantiene despierto, mis ojeras son las marcas de tus pulgares y mis versos nunca han sonado tan cutres como cuando intento hablarles de ti. Cómo hablar de algo tan sutil. Comerte para luego sufrir el hambre de no tenerte, bailar en tus pupilas para caer al suelo cuando se vaya tu luz. Pecar para poder confesarlo; pero qué pecado. Que todo lo que escribo sobre ti me suena a poesía, y te juro que a mí nunca me cuadraron bien las estructuras. Me gustaría preguntarle a Lorca a ver qué coño opina de tus ojos.
No te equivoques. Que ninguno de vosotros se atreva a confundir mis palabras. Esto no es un lamento. Esto no son los lloros de un corazón destrozado que busca el entendimiento de aquellos abatidos por el amor. No. Son ya demasiados golpes para que me goteen las lágrimas. Sólo son palabras hermosas camuflando la verdad del piano en mis tripas. Hola. Sé que me vas a joder. Así que date prisa y acaba cuanto antes, que no quiero perder más el tiempo.

jueves, 31 de mayo de 2018

Paranoias


-¿Qué haces?

-Qué dices.

La noche nos envuelve como un edredón ligero con olor a mar. Las olas rompen a lo lejos y sólo puede intuirse la estela de espuma que dejan atrás como un sobre abierto. Desde lo alto de los acantilados molestamos a las estrellas con el tilintar de nuestros cigarrillos. A lo lejos un perro ladra, a lo lejos. Ana vive debajo de un jersey negro. Yo respiro con los cuellos de mi cazadora levantados. La hierba nos hace de colchón en esas horas en las que ninguno de nosotros quiere dormir, seres de humo e insomnio. El viento no quiere soplar, y viene a morir en las cumbres de nuestro pelo.

-Eso no tiene sentido.

-Ya, y hoy en día ¿Qué lo tiene? Nada. Realmente lo único que haces es flotar, ¿te das cuenta? Simplemente estamos ahí dejándonos llevar por la marea del tiempo.

- Qué profundo.

-Lo sé.

-No te pega ser así.

-Y ¿cómo me pega ser?

-No lo sé. Así no. No suenas de esa forma. Cuando hablas me refiero, tu voz no está hecha para odiarlo todo.

-Es la primera vez que oigo decir que las voces están hechas para algo.

-Pues es así.

Ana deja caer la colilla entre las briznas de hierba, como una luciérnaga que vuelve a casa de madrugada roja como el vino en sus tripas. Pero ya no es hierba sino asfalto donde muere la colilla. La tierra densa que sujetaba las briznas teñidas de negro por la noche se transforma en puro cemento agrietado por las infinitas horas pasadas bajo los golpes del sol. Ana pestañea bajo sus gafas de sol. Su camiseta blanca reza abrazando su pecho y le deja los brazos al descubierto para que los muerda el sol. Son blancos como la tiza. Igual que las rayas sobre las carreteras. En este parque de granito el sol es lo único que parece vivo.

-La voz es el ruido que hace el alma cuando despierta.

-Y ¿qué significa eso?

-Que sólo estamos vivos de verdad cuando hablamos, en silencio no somos más que cascarones de carne.

- ¿Y cuando pensamos?

- Entonces es cuando morimos.

-Porqué has dicho eso.

-No lo sé.

Ana limpia sus zapatillas con un gesto despreocupado. Sentada en el banco con las piernas cruzadas mira alrededor atenta, girando la cabeza a un lado y al otro. Parece esperar a alguien, pero no va a venir nadie. Solos ella y yo esperamos en el parque de cemento gris a que el sol termine de quemarlo. A nuestro alrededor la vida parece seguir a ritmo de coches encendidos y ventanas abiertas. Bicis, perros, alguna gaviota, muchos paraguas. Porque afuera del bar está lloviendo, como si cayeran del cielo cristales de agua que reflejan la luz de las farolas. En la puerta del bar un toldo guarda nuestro humo y nos protege de sus impactos. Nubes de algodón gris empujan contra la tela empapada queriendo salir a la noche, nacidas en el seno de nuestros pulmones quieren ser libres. Ana sigue apoyada con un codo en el barril de madera que hace de mesa para nuestros botellines. No está borracha pero le gustaría estarlo, por eso lo del ceño fruncido.

-¿Cuál es el objetivo?

-¿De qué?

-De todo. De todos. Para qué hacemos lo que hacemos.

-Dicen que todo lo que hacemos es siempre en nuestro propio beneficio.

-Eso creo yo también, a veces. Pero no creo que sea así. No porque no seamos egoístas, eso está claro. Más bien por el cansancio de estar siempre conscientes de buscar, ¿sabes? Eternamente decidiendo qué es lo que mejor nos viene. Yo creo que por pereza no lo hacemos. Simplemente nos dejamos arrastrar y aleteamos de vez en cuando para cambiar un poco el rumbo.

-También existe esa posibilidad.

Ahora Ana se abrocha la chaqueta de cuero negro y cruza sus brazos apoyándose contra la pared. Ya no le apetece fumar. Me encojo de hombros y retomo el beso de los botellines y los filtros. Ana piensa demasiado, mientras la lluvia golpea contra el asfalto gris de la ciudad y los coches levantan olas de los charcos para mojar el suelo una vez más, viandantes corren a protegerse de algo que nunca les haría daño, y se oyen pasos. Pasos detrás de la puerta. Se abre con el ruido de sentirse incómoda en sus gozones y Ana entra en la habitación. Dejo a un lado el libro que estaba leyendo y le hago un sitio en la cama. Ana se tumba boca arriba y procede a sacar un cigarrillo del bolso. Dentro no se fuma. Ana lo sabe y no se lo enciende. Ni siquiera se quita su abrigo marrón antes de hablar.

-Hasta cuándo hay que seguir.

-¿Que?

-Que ¿en qué momento se acaba? Todo me refiero. ¿Cuándo para y dices ‘’no quiero seguir más’’? ¿Hay alguna fecha determinada en la que ya puedes hacerlo? ¿O tengo que pedir algún tipo de permiso? No entiendo está carrera, este camino constante y sin final que solo va en una dirección. ¿Por qué tengo que andar? Si yo no quiero. No quiero hacerlo. Quiero apartarme de una maldita vez y decir que ha sido suficiente. Y dejar de correr e irme a casa.

Ana suspira.

-Estoy cansada de que me hagan moverme. Porque no pueden ver que yo sólo quiero descansar a un lado del camino.

Se gira y pasa un rato así, con los ojos cerrados y tumbada de lado sobre el colchón rozando con la punta de la nariz las sábanas azules. Ana nunca fue de las que salen a correr, a Ana le gusta su sofá. Sus piernas fluyen por las mías mientras vemos la peli. El sofá es marrón y viejo, como a nosotros nos gusta. Suave por el uso. Entero por el cariño. Ana no presta atención a la película que parpadea en el televisor. Está dormida con su cabeza apoyada en un cojín y las manos aferrando mis fríos dedos como un amuleto contra las pesadillas. Ana está demasiado cansada para preocuparse de los ficticios problemas inventados por gente de mentira que con sus mentiras crean esa historia de ficción en la que viven. ¿Sabrán ellos acaso de la falsedad de su existencia? Ana se revuelve en su sueño y me despierta. Se incorpora en la cama y se levanta con gesto perezoso. Las vértebras resaltan con la luz de las farolas que se cuela por la ventana, y puedo seguir el trazo de su espalda con la vista, hasta que se pierde en su cadera. Desnuda se enciende un cigarro. Sin levantarse de la cama, con el cenicero en su regazo y la espalda encorvada. Ana no duerme bien. Ana no descansa y sigue caminando por la acera como si no pasara nada, como si le costara sentarse en la biblioteca hace un gesto de dolor antes de sacar los apuntes del bolso, está agotada. De todo. De nada. De seguir andando sin poder detenerse a coger aire. Y cierra los ojos en el asiento del copiloto mientras suena su canción favorita y los semáforos hacen juegos de sobras tras sus párpados. Y yo conduzco evitando los baches de la carretera para que su sueño sea más profundo.

-¿A dónde vamos?

-No lo sé.

-Entonces, ¿Por qué seguimos moviéndonos?

- Porque no sabemos estar quietos.

-Tal vez no podamos.

-Siempre se puede elegir.

Y Ana termina de cerrar los ojos.

lunes, 23 de abril de 2018

Fluir entre palabras y ritmos de jazz




Solo estar. Sólo fluir. Sólo dejarse llevar por un ritmo que es puro sentimiento, unas coordenadas escondidas entre las notas musicales de tu barbilla que fluyen corriente abajo, garganta abajo y se pierden en el deleite del saxofón de piel que es tu cuello. Suave, como un ritmo de jazz. Alegre, como un piano que suena desafinado siguiendo el bajo, y abajo, hasta encontrar tus caderas en una posición frontal. Es como oler el verano que vive resguardado bajo la manta de tu pelo, hebras de pura porcelana sintética, una mezcla tan humana que hace que se me descoloquen los pies y les entren ganas de bailar. Tú eres la luna que ilumina la la land, bajo la que han celebrado festivales de rap, congregaciones de paganos con buen estilo musical. Eres al alcohol de Kase, la azucarada y líquida tortura de la voz de ayax desgarrando notas entre el humo de sus gafas de sol. Eres una tarde de sol que agoniza, pero que se mantiene un rato más, haciéndole el amor al horizonte entre nubes de algodón. Sexo en la primera mirada, pasillos de facultad y tu irresistible verdad colgando de los ojos. Que no hay más luz en esta catedral que la que sale despedida de tu boca cuando te preparas para matar con uno de eso besos de femme fatale. Las gaviotas en la Piazza San Marcos vuelan imitando tu estilo, forman escalas musicales con sus plumas en tan hermoso torbellino que es jodido, no quedarse mirando. Y entonces me preguntas con voz de niña por la mañana, con restos de la almohada en tu paladar, me preguntas que qué hago yo, mirándote sin parpadear y con una sonrisa a medio abrir en mi boca. Qué coño voy a estar haciendo, perderme en tus ojos y dejarme llevar, fluyendo; como la ría de mi ciudad, que cuando anochece se deja acariciar por dorados rayos de un sol frugal, que rebota en la sal de sus hondas y vacilaciones, remolinos de gaviotas flotando en el azul de tus párpados. Contigo no existe el negro. Vas por el cielo como un lucero que no se sabe apagar, como un barco al que bautizaron hip-hop y se lo cambió a jazz. Eternas gotas de miel picante entre tus dientes brillantes, de la textura que deja la cocaína en la lengua. Mi cuerpo parece que mengua, parece que se encoje, buscando entrar mejor en los agujeros de tu piel. Cómo respirar si no te puedo ver. Cómo decir adiós si sólo pensamos en volver y revolver mi piel y tu piel, tu hambre contra mi ayuno, y la promesa de saber que al final no quedará ninguno en pie. Es por eso que te llamas agua y me matas de sed. Decir y seducir para pedir que me dejes repetir eso de cerrar los ojos sobre tu espalda, eso de dormitar mientras oigo cómo respira el agua. Y tu pulso central, descarga golpes de medicina sobre mi piel que se hace llamar rap. Rap? Y eso que yo siempre fui de prosa, y preso que fui de tu mirada encandilada, de ver la parte de atrás de tu cuello goteando todas las mañanas a las 8:40, en la mesa enfrente a la izquierda, pegada a la pared me hacías perder todo sentido de la realidad cuando te girabas para buscar un punto infinitesimal en el blanco de la pared, y yo era el blanco de tu quehacer despreocupado, observador desorientado en un espacio imposible frente al estrado yo tomaba apuntes. Tinta y boli durante horas, la tristeza me esperaba fuera del aula, y al salir me encontraba con rutina, más estudio un par de horas y corriendo a descargar la adrenalina levantando pesas. Hierros y tuercas que me hacían compañía con su olor a dolor y agotamiento, para así llegar a casa y desfallecer en la soledad de mi abatimiento y mi escritorio. Ahora has reventado ese podio en el que yo era medallista de supervivencia masoquista. Ahora han encendido los focos y resulta que yo no sabía que a un par de metros se encontraba mi piscina, ese mundo de agua y silencio en el que vuelvo a sentirme atento y de maravilla, floto despreocupado hasta tu orilla y dejo cerrar mis ojos bajo ese sol que haces con tus labios cuando te maquillas. Ahora las macetas añoran que les lance mis colillas, y ya no busco el golpe y la caída, sólo me relajo y espero con ansia el terminar del día, seguro de que cuando amanezca iré a buscar esa dosis de pleitesía que rinden mi ojos cuando te veo, cuando me sonrojo. Y podría escribir durante horas estas palabras que solas me llenan las páginas de tu olor a flores quemadas sin ningún odio, solo por el placer de verlas arder y saber que es una suerte tenerte, y haberte llegado a conocer.

azul como el mar

Beber con Disney. Crecer huyendo del lobo de tu cuarto por el palacio con suelos de mármol binario, uno negro uno blanco, uno entero uno en ...