Solo estar. Sólo fluir. Sólo dejarse llevar por un ritmo que
es puro sentimiento, unas coordenadas escondidas entre las notas musicales de
tu barbilla que fluyen corriente abajo, garganta abajo y se pierden en el
deleite del saxofón de piel que es tu cuello. Suave, como un ritmo de jazz.
Alegre, como un piano que suena desafinado siguiendo el bajo, y abajo, hasta
encontrar tus caderas en una posición frontal. Es como oler el verano que vive
resguardado bajo la manta de tu pelo, hebras de pura porcelana sintética, una
mezcla tan humana que hace que se me descoloquen los pies y les entren ganas de
bailar. Tú eres la luna que ilumina la la land, bajo la que han celebrado
festivales de rap, congregaciones de paganos con buen estilo musical. Eres al
alcohol de Kase, la azucarada y líquida tortura de la voz de ayax desgarrando
notas entre el humo de sus gafas de sol. Eres una tarde de sol que agoniza,
pero que se mantiene un rato más, haciéndole el amor al horizonte entre nubes
de algodón. Sexo en la primera mirada, pasillos de facultad y tu irresistible
verdad colgando de los ojos. Que no hay más luz en esta catedral que la que
sale despedida de tu boca cuando te preparas para matar con uno de eso besos de
femme fatale. Las gaviotas en la Piazza
San Marcos vuelan imitando tu estilo, forman escalas musicales con sus plumas
en tan hermoso torbellino que es jodido, no quedarse mirando. Y entonces me
preguntas con voz de niña por la mañana, con restos de la almohada en tu
paladar, me preguntas que qué hago yo, mirándote sin parpadear y con una
sonrisa a medio abrir en mi boca. Qué coño voy a estar haciendo, perderme en
tus ojos y dejarme llevar, fluyendo; como la ría de mi ciudad, que cuando
anochece se deja acariciar por dorados rayos de un sol frugal, que rebota en la
sal de sus hondas y vacilaciones, remolinos de gaviotas flotando en el azul de
tus párpados. Contigo no existe el negro. Vas por el cielo como un lucero que
no se sabe apagar, como un barco al que bautizaron hip-hop y se lo cambió a
jazz. Eternas gotas de miel picante entre tus dientes brillantes, de la textura
que deja la cocaína en la lengua. Mi cuerpo parece que mengua, parece que se
encoje, buscando entrar mejor en los agujeros de tu piel. Cómo respirar si no
te puedo ver. Cómo decir adiós si sólo pensamos en volver y revolver mi piel y
tu piel, tu hambre contra mi ayuno, y la promesa de saber que al final no
quedará ninguno en pie. Es por eso que te llamas agua y me matas de sed. Decir
y seducir para pedir que me dejes repetir eso de cerrar los ojos sobre tu
espalda, eso de dormitar mientras oigo cómo respira el agua. Y tu pulso
central, descarga golpes de medicina sobre mi piel que se hace llamar rap. Rap?
Y eso que yo siempre fui de prosa, y preso que fui de tu mirada encandilada, de
ver la parte de atrás de tu cuello goteando todas las mañanas a las 8:40, en la
mesa enfrente a la izquierda, pegada a la pared me hacías perder todo sentido
de la realidad cuando te girabas para buscar un punto infinitesimal en el
blanco de la pared, y yo era el blanco de tu quehacer despreocupado, observador
desorientado en un espacio imposible frente al estrado yo tomaba apuntes. Tinta
y boli durante horas, la tristeza me esperaba fuera del aula, y al salir me
encontraba con rutina, más estudio un par de horas y corriendo a descargar la
adrenalina levantando pesas. Hierros y tuercas que me hacían compañía con su
olor a dolor y agotamiento, para así llegar a casa y desfallecer en la soledad
de mi abatimiento y mi escritorio. Ahora has reventado ese podio en el que yo era medallista de
supervivencia masoquista. Ahora han encendido los focos y resulta que yo no
sabía que a un par de metros se encontraba mi piscina, ese mundo de agua y
silencio en el que vuelvo a sentirme atento y de maravilla, floto despreocupado
hasta tu orilla y dejo cerrar mis ojos bajo ese sol que haces con tus labios
cuando te maquillas. Ahora las macetas añoran que les lance mis colillas, y ya
no busco el golpe y la caída, sólo me relajo y espero con ansia el terminar del
día, seguro de que cuando amanezca iré a buscar esa dosis de pleitesía que
rinden mi ojos cuando te veo, cuando me sonrojo. Y podría escribir durante
horas estas palabras que solas me llenan las páginas de tu olor a flores
quemadas sin ningún odio, solo por el placer de verlas arder y saber que es una
suerte tenerte, y haberte llegado a conocer.
Cosas que pienso, o que se me ocurren, y como no me cabían en el armario pues las cuelgo aquí.
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