lunes, 23 de abril de 2018

Fluir entre palabras y ritmos de jazz




Solo estar. Sólo fluir. Sólo dejarse llevar por un ritmo que es puro sentimiento, unas coordenadas escondidas entre las notas musicales de tu barbilla que fluyen corriente abajo, garganta abajo y se pierden en el deleite del saxofón de piel que es tu cuello. Suave, como un ritmo de jazz. Alegre, como un piano que suena desafinado siguiendo el bajo, y abajo, hasta encontrar tus caderas en una posición frontal. Es como oler el verano que vive resguardado bajo la manta de tu pelo, hebras de pura porcelana sintética, una mezcla tan humana que hace que se me descoloquen los pies y les entren ganas de bailar. Tú eres la luna que ilumina la la land, bajo la que han celebrado festivales de rap, congregaciones de paganos con buen estilo musical. Eres al alcohol de Kase, la azucarada y líquida tortura de la voz de ayax desgarrando notas entre el humo de sus gafas de sol. Eres una tarde de sol que agoniza, pero que se mantiene un rato más, haciéndole el amor al horizonte entre nubes de algodón. Sexo en la primera mirada, pasillos de facultad y tu irresistible verdad colgando de los ojos. Que no hay más luz en esta catedral que la que sale despedida de tu boca cuando te preparas para matar con uno de eso besos de femme fatale. Las gaviotas en la Piazza San Marcos vuelan imitando tu estilo, forman escalas musicales con sus plumas en tan hermoso torbellino que es jodido, no quedarse mirando. Y entonces me preguntas con voz de niña por la mañana, con restos de la almohada en tu paladar, me preguntas que qué hago yo, mirándote sin parpadear y con una sonrisa a medio abrir en mi boca. Qué coño voy a estar haciendo, perderme en tus ojos y dejarme llevar, fluyendo; como la ría de mi ciudad, que cuando anochece se deja acariciar por dorados rayos de un sol frugal, que rebota en la sal de sus hondas y vacilaciones, remolinos de gaviotas flotando en el azul de tus párpados. Contigo no existe el negro. Vas por el cielo como un lucero que no se sabe apagar, como un barco al que bautizaron hip-hop y se lo cambió a jazz. Eternas gotas de miel picante entre tus dientes brillantes, de la textura que deja la cocaína en la lengua. Mi cuerpo parece que mengua, parece que se encoje, buscando entrar mejor en los agujeros de tu piel. Cómo respirar si no te puedo ver. Cómo decir adiós si sólo pensamos en volver y revolver mi piel y tu piel, tu hambre contra mi ayuno, y la promesa de saber que al final no quedará ninguno en pie. Es por eso que te llamas agua y me matas de sed. Decir y seducir para pedir que me dejes repetir eso de cerrar los ojos sobre tu espalda, eso de dormitar mientras oigo cómo respira el agua. Y tu pulso central, descarga golpes de medicina sobre mi piel que se hace llamar rap. Rap? Y eso que yo siempre fui de prosa, y preso que fui de tu mirada encandilada, de ver la parte de atrás de tu cuello goteando todas las mañanas a las 8:40, en la mesa enfrente a la izquierda, pegada a la pared me hacías perder todo sentido de la realidad cuando te girabas para buscar un punto infinitesimal en el blanco de la pared, y yo era el blanco de tu quehacer despreocupado, observador desorientado en un espacio imposible frente al estrado yo tomaba apuntes. Tinta y boli durante horas, la tristeza me esperaba fuera del aula, y al salir me encontraba con rutina, más estudio un par de horas y corriendo a descargar la adrenalina levantando pesas. Hierros y tuercas que me hacían compañía con su olor a dolor y agotamiento, para así llegar a casa y desfallecer en la soledad de mi abatimiento y mi escritorio. Ahora has reventado ese podio en el que yo era medallista de supervivencia masoquista. Ahora han encendido los focos y resulta que yo no sabía que a un par de metros se encontraba mi piscina, ese mundo de agua y silencio en el que vuelvo a sentirme atento y de maravilla, floto despreocupado hasta tu orilla y dejo cerrar mis ojos bajo ese sol que haces con tus labios cuando te maquillas. Ahora las macetas añoran que les lance mis colillas, y ya no busco el golpe y la caída, sólo me relajo y espero con ansia el terminar del día, seguro de que cuando amanezca iré a buscar esa dosis de pleitesía que rinden mi ojos cuando te veo, cuando me sonrojo. Y podría escribir durante horas estas palabras que solas me llenan las páginas de tu olor a flores quemadas sin ningún odio, solo por el placer de verlas arder y saber que es una suerte tenerte, y haberte llegado a conocer.

martes, 10 de abril de 2018

Algo viejo


Sabré que has muerto el día que se caigan los tulipanes.

Cuando ya no iluminen la noche con estufas, y los girasoles no busquen el sol.

Cuando todo esté muerto y apagado, y en la radio sólo suene la estática. Las pistas de baile se ahogarán en serpentines secos y las luces de neón habrán quedado mudas.

Será entonces el día en que se nos olvide cómo usar las letras en cursiva, y las palabras queden encerradas en líneas rectas. El infierno de un mundo en paralelo carente de tus curvas y pendientes, de tus subidas de ánimo y las bajadas de tus caderas.

En el año de la rata ya no quedarán atunes para hacerte sushi, y ya habremos gastado toda la sal para hacer palomitas.

Sabré que ya no merece la pena seguir volando cuando no encuentre tu humo perdido entre las nubes, molestando a los aviones y haciendo espirales alrededor de los rayos del sol. Me quedaré tumbado en la carretera contemplando el desierto de un mundo sin ti. Y la brisa que antes empujaba tus carcajadas a lugares junto al mar me revolverá el pelo buscando en sus raíces restos de tu ser.
Y ya no ladrarán por la noche los perros y no saldrán a reír las hienas porque habrás oxidado la Luna con tu ausencia. No quedan farolas. No quedan farolas que te sufran.

azul como el mar

Beber con Disney. Crecer huyendo del lobo de tu cuarto por el palacio con suelos de mármol binario, uno negro uno blanco, uno entero uno en ...