Buenas tardes, buenos días, buenas e inútiles horas que
existen entre un cigarrillo y otro. ¿Me añorasteis, pequeños? Claro que no.
Vuelve el tipo sin gracia, de prosa vacua y humor torcido.
Os vengo a hablar de temas escabrosos y traumáticos; niños
muertos en las minas de coltán africanas. Nah, es coña. Hablemos de drogas, a
todo el mundo le gusta eso. Lo peor de las drogas es la tolerancia, un consumo
habitual de las mismas acaba convirtiendo el estado ‘’colocado’’ en el
funcionamiento normal del organismo, su rutina diaria. Tu cuerpo se acostumbra
a tenerlas por ahí; su olor, su presencia, su ropa en tu cuarto de baño y sus
colillas por todas partes. Como una mala novia, que pasa más tiempo en tu cama
que la misma almohada. Y tú con ella claro. Cada uno de esos polvos que echáis
no es más que otra calada a tu adicción, que se propaga por tu tejido cerebral
como un cáncer metástico. Amor tumor.
Al principio no puedes parar, lo único que ocupa tu cabeza
es buscar el próximo chute, la siguiente autocomplaciente dosis de cielo. Te
vibra el pecho mientras piensas que es algo prohibido, que es algo oscuro que
haces al margen de la sociedad, escondido en lo sombrío y húmedo de un
callejón, cabeza gacha para que nadie te reconozca. O en el baño de un bar; ese
rato en que disfrutas de tu placer tóxico al ritmo cansado de la canción que
esté sonando distorsionada por la pared de azulejos. Ese vicio egoísta que sólo
busca satisfacer el monstruo en tus entrañas, siempre de noche, siempre en la
oscuridad. Yo creo que si vas a hacer algo oscuro, ten huevos y hazlo con las
luces encendidas; eso sí que es un jodido clímax. Porque es eso lo que buscas.
Un clímax. Un punto infinitesimal en el espacio-tiempo, con un principio y
final tan cercanos que no es sino la lucha por encontrarlo lo que estimula tu
cerebro. Stephen Hawkins lo sabe muy bien, el día que sus teorías nos permitan
doblar la manta espacio-temporal será en pos de ese instante. Ahí donde lo ves
tiene más vicio que todos nosotros juntos.
Y lo notas bullir dentro de ti. Cuando das vueltas con el
coche buscando un parking alejado, o una plaza de aparcamiento fuera de la
vigilancia de las farolas. Cuando el motor deja de rugir y no se oye más que el
aire condensándose en el parabrisas. Entonces, cuando nadie puede verte, ni
oírte; sólo cuando sabes a ciencia cierta que NADIE sabrá lo que estás a punto
de hacer, lo que llevas en tu interior creciendo por tus tripas como un rosal
de hemorragias internas. Oh! Débil y asqueroso ser, entonces lo haces.
Satisfecho ¿Verdad? Sienta bien, lo sé. Por eso lo hacemos.
Espero que lo disfrutes mientras puedas, porque ese era tu
clímax. Igual de rápido que ha llegado se irá. Se llama tolerancia. Esa mierda
que hace que quieras más, pero no de la misma forma excitante e incandescente
de antes. Ahora sólo lo quieres para saciar la sed que atenaza tu garganta,
para evitar deshidratarte. Pero eso no se puede, pequeño. Lo de antes ya no te
es suficiente, necesitas más y mejor, lo necesitas ya. La tolerancia es un
viaje de no retorno en caída lenta y angustiosa que sólo puede terminar de
forma abrupta cuando se clava en tu corazón o en tu cerebro. Muerte Cerebral o
Muerte por Definición. Lo único bueno es que te dejan elegir, la que más rabia
te dé.
Pero tendrás que pensártelo, ¿eh? Se puede vivir sin
cerebro, pero hacerlo sin corazón duele y hace ruido cuando andas; cristales
rotos, gravilla, arena empujada por el viento contra una colchoneta de plástico
deshinchada.
Tú eliges cómo dejarla, pero de eso te vas a acordar siempre.
Las drogas dejan marcas en tu piel, eso no todo el mundo lo sabe. Son como un
tatuaje que representa una parte de tu vida, pero que tú no eliges ni el diseño
ni el lugar donde hacerlo. Simplemente un día te despiertas, y ves en el espejo
a través del humo de tu cigarro una nueva muesca en tu epidermis. Espero que te
guste. Si no, te jodes.
Ahora te toca pasar el mono. El mono, oh pequeño, el mono es
la mejor parte. La ves en todas partes, la oyes murmurar a tu espalda, la
hueles sin querer cada vez que giras la cabeza. Pero no está. Eso es tu cerebro
intentando saciar esa hambre de tenerla en tus venas, haciendo trampas. Falsos
colocones. Al principio cuela, y después de pasarte la noche soñando con ella
te sientes mejor, pero a la larga se destapa el truco y cuelgan al estafador de
un árbol. No puedes ser más listo que tú mismo, y ahora la ansiedad te pica por
dentro de la piel como una alergia a tus vísceras.
El mono aúlla desde los rincones donde solías compartir tu
cuerpo con ella, en el silencio de los momentos que hasta entonces ocupabais.
Los recuerdos giran en tu cabeza como una bailarina encerrada en una caja, y la
luz que brillaba entonces te parece tan dulce tan suave que sientes haber
vivido en una época dorada, que ahora no es más que óxido. El mono aúlla y se
golpea el pecho por las noches cuando yaces en tu cama, espantando así al
sueño. Estas jodido, pequeño. Pero llegado un momento, el mono se va, y te deja
solo, preguntándote si no era mejor cuando la necesidad chillaba en la cabeza,
porque al menos la oías de esa manera, al menos compartías ese desgarrador
sentimiento de impotencia con su nombre. Y aprendes a vivir con esta soledad
como nueva compañera de piso. Vuelves a tener ropa tirada en el baño, pero esta
vez es tuya, y ya no te parece tan malo.
Felicidades pequeño, has superado tu adicción. Suenen
trompetas y caigan serpentinas del cielo como kamikazes pintados de rosa. Ahora
te toca decidir cómo te sientes, ¿Satisfecho por lo logrado? ¿Orgulloso de la
entereza mostrada? ¿Feliz por la victoria? O jodido por lo que has perdido.
Ah, la tolerancia. Es curioso porque uno de sus síntomas
finales no es otro que la desapetencia. Lo que antes te provocaba orgasmos
ahora te produce rechazos. Te sientes como un hígado judío trasplantado en un
nazi, asqueado. Su sola presencia te revuelve las tripas, y la negarás tres,
cuatro…. Las veces que haga falta hasta que te lo creas. Hasta que todo el
mundo se lo crea.
Y tú dirás: ‘’Vaya, parece que lo he logrado…’’ Serás un
hombre nuevo, tan libre. Lo mejor de ti expuesto a la sociedad, ahora puedes
relatar tu dura historia de superación, dar consejos, cuñadear lo que quieras,
dejar que te alaben como a un mesías. Eso mola, ¿eh? Sí, disfrútalo como
recompensa para tu esfuerzo. Pero has de saber una última cosa, un último
apunte de este folleto sobre las adicciones. Nunca dejarás de ser un yonqui. Ya
has firmado ese contrato y la tinta no se puede borrar, entraste en el filum de Homo adictus y ahí has hecho tu casa.
Y todo el mundo
recae. Sales una noche, tomas un par de copas, un encontronazo con ella en un
bar, o discoteca, o donde coño sea, y no puedes evitar dejarle entrar. Al final
todo tu esfuerzo no sirve para nada, y acabas donde empezaste, igual que Robin
Williams. Al menos entonces ten los huevos que él tuvo y cuélgate, porque así
no podrá volver a hacerte daño.
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