miércoles, 14 de febrero de 2018

Adicción


Buenas tardes, buenos días, buenas e inútiles horas que existen entre un cigarrillo y otro. ¿Me añorasteis, pequeños? Claro que no. Vuelve el tipo sin gracia, de prosa vacua y humor torcido.

Os vengo a hablar de temas escabrosos y traumáticos; niños muertos en las minas de coltán africanas. Nah, es coña. Hablemos de drogas, a todo el mundo le gusta eso. Lo peor de las drogas es la tolerancia, un consumo habitual de las mismas acaba convirtiendo el estado ‘’colocado’’ en el funcionamiento normal del organismo, su rutina diaria. Tu cuerpo se acostumbra a tenerlas por ahí; su olor, su presencia, su ropa en tu cuarto de baño y sus colillas por todas partes. Como una mala novia, que pasa más tiempo en tu cama que la misma almohada. Y tú con ella claro. Cada uno de esos polvos que echáis no es más que otra calada a tu adicción, que se propaga por tu tejido cerebral como un cáncer metástico. Amor tumor.

Al principio no puedes parar, lo único que ocupa tu cabeza es buscar el próximo chute, la siguiente autocomplaciente dosis de cielo. Te vibra el pecho mientras piensas que es algo prohibido, que es algo oscuro que haces al margen de la sociedad, escondido en lo sombrío y húmedo de un callejón, cabeza gacha para que nadie te reconozca. O en el baño de un bar; ese rato en que disfrutas de tu placer tóxico al ritmo cansado de la canción que esté sonando distorsionada por la pared de azulejos. Ese vicio egoísta que sólo busca satisfacer el monstruo en tus entrañas, siempre de noche, siempre en la oscuridad. Yo creo que si vas a hacer algo oscuro, ten huevos y hazlo con las luces encendidas; eso sí que es un jodido clímax. Porque es eso lo que buscas. Un clímax. Un punto infinitesimal en el espacio-tiempo, con un principio y final tan cercanos que no es sino la lucha por encontrarlo lo que estimula tu cerebro. Stephen Hawkins lo sabe muy bien, el día que sus teorías nos permitan doblar la manta espacio-temporal será en pos de ese instante. Ahí donde lo ves tiene más vicio que todos nosotros juntos.

Y lo notas bullir dentro de ti. Cuando das vueltas con el coche buscando un parking alejado, o una plaza de aparcamiento fuera de la vigilancia de las farolas. Cuando el motor deja de rugir y no se oye más que el aire condensándose en el parabrisas. Entonces, cuando nadie puede verte, ni oírte; sólo cuando sabes a ciencia cierta que NADIE sabrá lo que estás a punto de hacer, lo que llevas en tu interior creciendo por tus tripas como un rosal de hemorragias internas. Oh! Débil y asqueroso ser, entonces lo haces.

Satisfecho ¿Verdad? Sienta bien, lo sé. Por eso lo hacemos.

Espero que lo disfrutes mientras puedas, porque ese era tu clímax. Igual de rápido que ha llegado se irá. Se llama tolerancia. Esa mierda que hace que quieras más, pero no de la misma forma excitante e incandescente de antes. Ahora sólo lo quieres para saciar la sed que atenaza tu garganta, para evitar deshidratarte. Pero eso no se puede, pequeño. Lo de antes ya no te es suficiente, necesitas más y mejor, lo necesitas ya. La tolerancia es un viaje de no retorno en caída lenta y angustiosa que sólo puede terminar de forma abrupta cuando se clava en tu corazón o en tu cerebro. Muerte Cerebral o Muerte por Definición. Lo único bueno es que te dejan elegir, la que más rabia te dé.

Pero tendrás que pensártelo, ¿eh? Se puede vivir sin cerebro, pero hacerlo sin corazón duele y hace ruido cuando andas; cristales rotos, gravilla, arena empujada por el viento contra una colchoneta de plástico deshinchada.

Tú eliges cómo dejarla, pero de eso te vas a acordar siempre. Las drogas dejan marcas en tu piel, eso no todo el mundo lo sabe. Son como un tatuaje que representa una parte de tu vida, pero que tú no eliges ni el diseño ni el lugar donde hacerlo. Simplemente un día te despiertas, y ves en el espejo a través del humo de tu cigarro una nueva muesca en tu epidermis. Espero que te guste. Si no, te jodes.

Ahora te toca pasar el mono. El mono, oh pequeño, el mono es la mejor parte. La ves en todas partes, la oyes murmurar a tu espalda, la hueles sin querer cada vez que giras la cabeza. Pero no está. Eso es tu cerebro intentando saciar esa hambre de tenerla en tus venas, haciendo trampas. Falsos colocones. Al principio cuela, y después de pasarte la noche soñando con ella te sientes mejor, pero a la larga se destapa el truco y cuelgan al estafador de un árbol. No puedes ser más listo que tú mismo, y ahora la ansiedad te pica por dentro de la piel como una alergia a tus vísceras.

El mono aúlla desde los rincones donde solías compartir tu cuerpo con ella, en el silencio de los momentos que hasta entonces ocupabais. Los recuerdos giran en tu cabeza como una bailarina encerrada en una caja, y la luz que brillaba entonces te parece tan dulce tan suave que sientes haber vivido en una época dorada, que ahora no es más que óxido. El mono aúlla y se golpea el pecho por las noches cuando yaces en tu cama, espantando así al sueño. Estas jodido, pequeño. Pero llegado un momento, el mono se va, y te deja solo, preguntándote si no era mejor cuando la necesidad chillaba en la cabeza, porque al menos la oías de esa manera, al menos compartías ese desgarrador sentimiento de impotencia con su nombre. Y aprendes a vivir con esta soledad como nueva compañera de piso. Vuelves a tener ropa tirada en el baño, pero esta vez es tuya, y ya no te parece tan malo.

Felicidades pequeño, has superado tu adicción. Suenen trompetas y caigan serpentinas del cielo como kamikazes pintados de rosa. Ahora te toca decidir cómo te sientes, ¿Satisfecho por lo logrado? ¿Orgulloso de la entereza mostrada? ¿Feliz por la victoria? O jodido por lo que has perdido.

Ah, la tolerancia. Es curioso porque uno de sus síntomas finales no es otro que la desapetencia. Lo que antes te provocaba orgasmos ahora te produce rechazos. Te sientes como un hígado judío trasplantado en un nazi, asqueado. Su sola presencia te revuelve las tripas, y la negarás tres, cuatro…. Las veces que haga falta hasta que te lo creas. Hasta que todo el mundo se lo crea.

Y tú dirás: ‘’Vaya, parece que lo he logrado…’’ Serás un hombre nuevo, tan libre. Lo mejor de ti expuesto a la sociedad, ahora puedes relatar tu dura historia de superación, dar consejos, cuñadear lo que quieras, dejar que te alaben como a un mesías. Eso mola, ¿eh? Sí, disfrútalo como recompensa para tu esfuerzo. Pero has de saber una última cosa, un último apunte de este folleto sobre las adicciones. Nunca dejarás de ser un yonqui. Ya has firmado ese contrato y la tinta no se puede borrar, entraste en el filum de Homo adictus y ahí has hecho tu casa.

 Y todo el mundo recae. Sales una noche, tomas un par de copas, un encontronazo con ella en un bar, o discoteca, o donde coño sea, y no puedes evitar dejarle entrar. Al final todo tu esfuerzo no sirve para nada, y acabas donde empezaste, igual que Robin Williams. Al menos entonces ten los huevos que él tuvo y cuélgate, porque así no podrá volver a hacerte daño.

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