¿Quieres morderme? Hazlo. No me moveré. Iré rellenando los
pedazos que me quites con tierra del suelo. ¿Quieres bailar? Yo te haré dar
vueltas rodeada de risas; aunque no haya música, aunque no haya ningún ritmo
que seguir. ¿Quieres que te mienta? Pondré tus palabras en mi boca para hacer
brotar tus sonrisas. Porque sabes que sólo te hace falta una voz para que me
levante, y alce mi escudo entre tú y el resto del mundo; sin importar que
lluevan piedras, seguiré inmóvil, sintiendo cómo la madera cruje y se agrieta.
Que yo mismo he cerrado los grilletes alrededor de mis
muñecas. Que tú nunca me pediste que lo hiciera.
¿Quieres estar con ese gilipollas? Bien. Fóllatelo. Hazlo
ligera, alegre, sonriente y confusa, sin saber qué es lo que realmente quieres.
Porque te has dado cuenta de que da igual lo que hagas, da igual lo que rompas,
o las veces que te lances contra el borde de la carretera; siempre voy a
recogerte, a comerme el golpe. Secar tus lágrimas y lamer tus heridas, robar
todas las vendas que necesites… ¿Es eso lo que quieres? ¿Es eso lo que vas a
pedirme? O tal vez me supliques que todo acabe. Que hunda mis dedos en tu
garganta, y haga más fácil el dejar de respirar.
Porque tenía que ser de esta manera. Por cómo eres, por cómo
soy. Por esa atracción que me provocas sin querer y que no puedes evitar, y que
no puedo ignorar. Y así, entramos en ese bucle, en ese juego de principio y
final entrelazados; corremos por el interior de un oscuro pasillo que se muerde
la cola.
Tú delante, sin volver la cabeza. Yo detrás, por si te caes.
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