¿Vas a matarme? Si es así, no me avises. Prefiero que me
sorprendas. Prefiero encontrar la bala en uno de tus besos.
Si vas a matarme, apunta bien, pero no al corazón. Está ya
roto. Coloca el cañón de tu pistola en mi lengua, para que deje de buscar tus
labios.
Asegúrate también de sacarme los ojos, para que no sigan tu
caminar.
Quema mis orejas, para que el dolor de la piel carbonizada
me haga olvidar el ruido de tus dientes contra ellas.
Te diría que me cortases también las manos, pero estoy
convencido que sus fantasmas aún iban a recordar el tacto de tu piel, la
electricidad que hacíamos en tu cintura.
Sácame además los pulmones, porque están llenos de tu
aliento con sabor a adicción.
No te olvides de ese trozo de hombro, donde has llegado a
cerrar los ojos. Arráncamelo sin miedo y haz un estropicio de carne sangrante
en mi pecho.
Pero, por favor, deja mi mente intacta. Déjala torturame con
tu recuerdo.
Déjame aunque sea los pies, para poder dibujarte en todas
mis paredes, y vivir rodeado de tu forma de mirarme.
Regálame mi cordura, y ya me encargaré yo de perder la cabeza
soñando contigo y tus labios entreabiertos.
Déjame vivir, y te juro que no se lo diré a nadie. No
contaré nada. No hablaré de los lunares que viven en tu piel, no divulgaré los
secretos de tu boca, no confesaré el pecado de tus caderas. No hablaré. Pero
déjame vivir.
Déjame vivir, que ya me ocupare yo de poner punto y final a
mis latidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario