lunes, 5 de marzo de 2018

Mi ser en ti


Henry Chinaski, Charles Bukowski, Hank, Ijoputa. Todos esos nombres pertenecen a la misma persona. Y al mismo tiempo no lo hacen. Dicen que los personajes que crea un escritor no son más que reflejos de su personalidad, de su alma. Yo creo que sólo lo son al principio, cuando sus cuerpos están aún por formar, la tinta sigue fresca. Después evolucionan, crecen y maduran hasta convertirse en un ser totalmente nuevo, independiente de esas normas que su creador intentó inculcarle en los albores de su existencia. Son hermosos insultos al orgullo del hombre, que se cree Dios dando vida a seres de puro pensamiento, seres que sólo existen en el etéreo espacio de la mente. Es curioso. Cuando conoces a una persona, no puedes evitar crearte una imagen mental, una habitación para ella dónde guardas sus trastos, sus historias, los momentos compartidos y los secretos confesados. Ese cuarto no es una representación fiel de dicho individuo, porque tú no puedes controlar lo que entra. No puedes saber a ciencia cierta si lo que te está contando es real, si en el tiempo que has pasado con ella no estaba interpretando un papel, si todo lo que has oído en boca de otros en relación a ella pertenece a la historia real de la persona. Con lo que podemos asumir que existen infinitas personas en las infinitas cabezas de la población. ¿Quién es más real entonces? ¿La imagen que tú mismo tienes sobre ti o la de los demás? El ser que te identifica y que existe en la cabeza de otra persona no es igual que el que tú tienes, y sin embargo existe. ¿Podemos decir que existimos sin meter esa imagen proyectada en nuestra definición de ser? ¿Podemos decir que somos? ¿Seguiríamos siendo si no hubiera nadie más? O tal vez sean los demás quienes nos dan existencia.

Con los libros no pasa eso, no pasa con sus personajes. El libro es el mismo en las distintas manos de los lectores. Exactamente las mismas palabras atraviesan sus ojos y se enredan en el cerebro. Con lo cual es lógico suponer que la imagen mental de cada uno de ellos es la misma. Es algo terrible. Terriblemente acertado. Nadie puede decir que conoce a Henry Chinaski más que otro. Puedes entenderle, compartir su filosofía, sin embargo no puedes mentir sobre él. No puedes transformar esa imagen a tu gusto. Todo el mundo opina que es un gran hijo de puta. Puedes haberte reído con sus ocurrencias, o sentir lástima de él por sus desdichas, tal vez lo admires como al más cuerdo de los hombres. Sin embargo no puedes negar el hecho de que es un hijo de puta cruel. Nadie puede mentir sobre la tinta y el papel. Es algo hermoso. Convierte a la literatura en algo puro, incorruptible.

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