Henry
Chinaski, Charles Bukowski, Hank, Ijoputa. Todos esos nombres pertenecen
a la misma persona. Y al mismo tiempo no lo hacen. Dicen que los personajes que
crea un escritor no son más que reflejos de su personalidad, de su alma. Yo
creo que sólo lo son al principio, cuando sus cuerpos están aún por formar, la
tinta sigue fresca. Después evolucionan, crecen y maduran hasta convertirse en
un ser totalmente nuevo, independiente de esas normas que su creador intentó
inculcarle en los albores de su existencia. Son hermosos insultos al orgullo
del hombre, que se cree Dios dando vida a seres de puro pensamiento, seres que
sólo existen en el etéreo espacio de la mente. Es curioso. Cuando conoces a una
persona, no puedes evitar crearte una imagen mental, una habitación para ella
dónde guardas sus trastos, sus historias, los momentos compartidos y los secretos
confesados. Ese cuarto no es una representación fiel de dicho individuo, porque
tú no puedes controlar lo que entra. No puedes saber a ciencia cierta si lo que
te está contando es real, si en el tiempo que has pasado con ella no estaba
interpretando un papel, si todo lo que has oído en boca de otros en relación a
ella pertenece a la historia real de la persona. Con lo que podemos asumir que
existen infinitas personas en las infinitas cabezas de la población. ¿Quién es
más real entonces? ¿La imagen que tú
mismo tienes sobre ti o la de los demás? El ser que te identifica y que existe
en la cabeza de otra persona no es igual que el que tú tienes, y sin embargo existe. ¿Podemos decir que existimos sin
meter esa imagen proyectada en nuestra definición de ser? ¿Podemos decir que
somos? ¿Seguiríamos siendo si no hubiera nadie más? O tal vez sean los demás
quienes nos dan existencia.
Con los libros no pasa eso, no pasa con sus personajes. El
libro es el mismo en las distintas manos de los lectores. Exactamente las mismas
palabras atraviesan sus ojos y se enredan en el cerebro. Con lo cual es lógico
suponer que la imagen mental de cada uno de ellos es la misma. Es algo
terrible. Terriblemente acertado. Nadie puede decir que conoce a Henry Chinaski
más que otro. Puedes entenderle, compartir su filosofía, sin embargo no puedes
mentir sobre él. No puedes transformar esa imagen a tu gusto. Todo el mundo
opina que es un gran hijo de puta. Puedes haberte reído con sus ocurrencias, o
sentir lástima de él por sus desdichas, tal vez lo admires como al más cuerdo
de los hombres. Sin embargo no puedes negar el hecho de que es un hijo de puta
cruel. Nadie puede mentir sobre la tinta y el papel. Es algo hermoso. Convierte
a la literatura en algo puro, incorruptible.
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